En diciembre de 1910, Eblem Jeres Nasif, con tan solo 10 años, arribó al Puerto de Buenos Aires, proveniente de Ainturat El Mateu, el Líbano.  Lo hizo acompañando a su tía a quien le habían conseguido un “marido” en Mendoza. Por razones nunca esclarecidas, cuando debían partir hacia Mendoza, Eblem fue abandonado en el puerto, sólo con la ropa puesta, sin equipajes ni documentos. Deambuló por la zona varios días, sobreviviendo como mendigo y comunicándose con señas, ya que no hablaba castellano.

Un “turco” que había ido a recibir familiares al puerto lo vio y se apiadó de él; lo llevó a su casa y le dio cobijo, entre las bolsas de harina del almacén de ramos generales. Este benefactor lo llevó a Migraciones, para que pudiera obtener un pasaporte, como primer paso para lograr el regreso a su pueblo natal.

El funcionario que lo anotó solamente entendió el nombreNasif, así que adoptó este nombre como apellido del niño. Y, en ese instante, vaya a saber por qué, lo rebautizó Francisco.

Así fue como Francisco Nacif se dedicó a trabajar en el almacén turco y a ahorrar dinero para costear el viaje en barco de regreso al Líbano. Pero, a fines de 1911 en el Líbano se produjeron movimientos revolucionarios que exigían la Independencia. Con una situación social y política tan inestable, el viaje de Francisco debió posponerse. Y en 1914, al estallar la 1° Guerra Mundial, las ilusiones de un pronto regreso prácticamente se esfumaron.

Francisco continuó trabajando; se independizó comercialmente y en 1918 cargó 2 vagones de tren con mercaderías y partió a Mendoza (destino original del viaje de 1910).

En Barrancas Maipú se presentó ante sus parientes lejanos y abrió su propio almacén “de Ramos Generales”. El negocio prosperó y comenzó a expandirse, y si había algo que lo enamoró al llegar a Mendoza, fue ver las interminables extensiones de viñedos, las cosechas, las bodegas, y todas las ceremonias, organizadas y espontáneas, del trabajo vitivinícola

Hasta que en 1925 invirtió todo su capital y compró un pequeño viñedo –actual Barrio Nacif (El barrio Nacif está detrás del Cementerio, a unos 800 metros hacia el Norte de la bodega) y una diminuta bodega, compuesta por 2 lagares con “capachitos” y una decena de toneles de madera. (La bodega “original” se puede apreciar aún hoy, con la estructura del techo completamente en madera de pinotea.)

Años de sacrificio y trabajo, que rendían frutos. A comienzo de los ´30 se lanza a la aventura de ampliar la bodega, obra que le demanda casi 5 años, y es, prácticamente, el edificio que vemos hoy. Con cuatro piletas epoxi padas de doble techo de 127.000 litros aproximadamente cada una que se usaban para la fermentación de vinos tintos, con un piso intermedio “calado” que era para sostener el sombrero que se genera en la fermentación, así este quedaba sumergido en el vino (método usado antiguamente para darle mejor color al vino tinto.). Vasijas de roble americano y francés de 10.700, 15.000 y 35.000 litros.

Además de ampliar la bodega, instaló los talleres de carpintería, tonelería y metalúrgica (para hacer los sunchos de toneles, cubas y bordelesas).

La “Bodega Nacif” toma un impulso aún mayor a mediados de la década del ´40, cuando Francisco decide fabricar champagne; para lograr las óptimas condiciones de temperatura y humedad que exigía el espumante sólo había 1 solución: aislación térmica por “masa” (espesor de paredes) y profundidad. Ahí se construyeron los 2 subsuelos, que alojan las inmensas piletas de hormigón armado, con lo cual se llega a la definitiva capacidad operativa de la bodega, ¡¡que puede almacenar 7,5 millones de litros!!

Francisco, no conforme con este mercado, tramita ante Ferrocarriles Argentinos la incorporación de un ramal ferroviario que ingrese a la bodega, el cual actualmente existe y se ubica entre la casa y la medianera de las vías, enterrado a 1 metro de profundidad. Con este nuevo aditamento, alquila un establecimiento en Tucumán y lo transforma en una planta fraccionadora.

Francisco falleció en 1971 y la bodega estuvo a cargo de la familia Nacif hasta 1985. Posteriormente tuvo varios dueños.

En 2012 nace “Sur Huenten”, cuyas raíces se remontan a 1910, con el arribo de un niño de 10 años casi analfabeto, viviendo en un país extraño y alejado de afectos y lazos familiares.

SUR: POR LA POSICION DE ARGENTINA EN EL MUNDO, HUENTEN: POR LA ALTURA DE LA BODEGA CON EL ACONCAGUA QUE SIGNIFICA EN MAPUCHE “ALTURA”.

La familia LOPEZ FERNANDEZ con el mismo ímpetu y fortaleza de hace casi 100 años se replica ahora, “Sur Huenten” rescatando y revalorizando historias de hombres y ladrillos, viñedos y tierra seca, sueños y esperanzas.

Es una empresa familiar con una trayectoria en el campo de producción agropecuaria, que anhela desde hace doce años complementar con una propuesta enoturística. Con ayuda de la segunda generación, sus hijos Paola y Pablo, este proyecto toma gran impulso.

«Paola es la enóloga de la bodega y Pablo trabajo incansablemente con tesón y alegría hasta que se fue por decisión de Dios. Con un objetivo muy claro y poniendo como hasta ahora nuestro amor, juventud y pujanza deseamos llegar al visitante con innovación y excelencia.» dicen los artífices de esta bodega que honra la historia, el sacrificio y la tierra.